jueves, 27 de septiembre de 2018

Misa

Por Sebastián Morales, texto perteneciente a la colección "Crónicas de un Ateo".

Faltan unos minutos para que comience la ceremonia, comienzan a llenarse las filas de personas con grandes abrigos. Se preguntan con rapidez si pueden ocupar ese o aquel lugar, miran sus celulares por lo que yo asumo, será la última vez y conversan a medio tono sobre el recinto y sobre lo bello que pueden ser los acabados de mármol. Hoy se congregaron en esa iglesia ajena, pero más céntrica, antigua y lujosa, a agradecer a Dios por haber concluido sus estudios, un conjunto de estudiantes de arquitectura a punto de graduarse; mi hermana es la que se gradúa. 

   Aparece en escena el virtuoso de la palabra de Dios, el sacrosanto padre. Y aunque a las últimas dos misas que asistí los clérigos parecían estar en una audición para Stand-Up, el que preside la ceremonia de hoy no parece tener edad para andar contando chistes sobre los actos de bondad de Cristo. Ataviado en la vestimenta clásica de un padre cubre su cuerpo en una toga verde acorde a los manteles de la mesa en el altar, quizá sea coincidencia la coincidencia. Su voz es poco audible; en cuanto comienza a hablar las mujeres con mayor edad comienzan a regocijarse y a llamar a gritos callados a una chica que distribuye el plan de misa, esperan tener la oportunidad de pasar al frente a leer en voz alta para los demás, por un momento recuerdo mis clases de preparatoria cuando la participación era criterio de evaluación. 

   Transcurren con calma los primeros minutos, mi atención es total. Comienza con las palabras de siempre, invitación a los no (tan) creyentes a asistir a misa y reencontrarse con su fe; poco sé de regresos a la religión; hasta ahora a mi corta edad no me he dado el privilegio de regresar a mis creencias o de elegir nuevas. De a poco, prosigue a explicarnos la razón por la cual nos hemos reunido: agradecer a Dios por el termino de una carrera, comienzo a reír un poco (en silencio y en mi mente), pues después de agradecer a todos los entes angélicos, el sagrado realiza la invitación a agradecer a padres, hermanos, profesores, padrinos, tíos… A todo aquel que haya ayudado al joven en cuestión. Honestamente creo que el orden debería ser al revés, primero agradecerles a quienes hicieron todo lo humanamente (en sentido literal) posible por no sólo ayudar, guiar y acompañar al chico a cumplir una meta tan complicada, y luego agradecerle a quien lo sabe todo y por lo tanto debería saber que estás agradecido con él. 

   Ha iniciado el rito de coreografiar la danza a tres pasos: sentados, de pie y de rodillas. Por lo que la curiosidad me gana y volteo a ver cómo realizan mis compañeros de misa la ardua labor de arrodillarse y pararse después de rezar en murmullos indescriptibles pero que se antojan entender. Mas, las decepciones vienen de la curiosidad: hay por lo menos tres pantallas encendidas y la más cercana (y la única que alcanzo a distinguir) muestra las publicaciones de Facebook de las amigas de aquella chica treintañera que tan bien vestida asistió a misa. 

   Nos encontramos de pie y varios de los que dibujaban tres cruces con sus dedos sobre su cuerpo no paran de revisar frenéticamente su celular, parecen peor que estudiantes de secundaria. Algunos hasta recurren a sus lentes de vista cansada para poder leer la importante publicación de aquella revista de autos. Nuestro clérigo prosigue su discurso, ahora comienza a leer pasajes del Nuevo Testamento y algunas afortunadas pasan a leer ante un micrófono mostrándonos su poca dicción. En este punto me sorprende el movimiento repetitivo de cabezas de atrás hacia adelante cuando se pregona alguna respuesta que brindó el profeta hijo de Dios, Jesucristo. Y sin dudarlo comienza la rutina de Stand-Up que más que hacer reír a los creyentes los hace enojar o dudar sobre sus acciones. Los regaños comienzan sobre el alumnado, vienen acompañados de consejos de ética y moral sobre como laborar cuando salgan “al mundo”, ya sé que dirán que eso no es regaño, pero algunos parecían ofendidos cuando se les dice que deberían de rezar con más constancia y referirse a Dios en todo lo que hagan. La rutina cae en el síndrome de repetir el punchline hasta que deje de ser tan gracioso, pues después del alumnado llega a los padres. A ellos, el padre, demanda y exige orienten con mayor fervor a sus hijos a los caminos de la fe y la religión. Mientras tanto, son pocos los que no muestran rostros largos o apretujados por lo que para ellos es una verdad que nunca tratarán de cambiar. 

Misa
Foro: Google
   Rezan y rezan entre cada segmento de la misa, cada segmento acompañado de dos o tres pasos de la danza. Sabrán que hay rezos que son preguntas, a las cuales hemos de responder los asistentes. Obviamente no soy tan hipócrita como los adictos al celular como para realizar la danza completa o intentar responder con: ‘amén’, ‘sea la gracia del señor’… A todo eso que ignoro y que además no creo. Sin embargo, algunos de los asistentes se toman muy en serio las respuestas y las acompañan con cruces en la frente a cada una. Dichas acciones comienzan a causar cierta risa, porque pareciera que la cruz tiene un quinto punto en el celular o en el reloj para ver cuánto le falta o si alguien ya publicó algo nuevo. 

   Llega, a mi parecer, uno de los mejores momentos que tienen las misas: dar la paz. La competencia se encarniza y todos quieren estrechar más y más manos, sus familiares no bastan; tal es que empiezan a mirarte y finalmente accedes a estrechar la mano de unos cuantos desconocidos diciendo en todo momento: “La paz sea contigo”. Algunos con más convicción dejan sus lugares y caminan una o dos filas para estrechar la mano de ese otro fulano y unos incluso con más amor al acto acompañan el apretón de manos con frondosos abrazos y sonrisas enrojecidas por el calor que se ha ido acumulando en el recinto y que ahora con tanto movimiento comienza a circular. Ahora que escribo me pregunto si es antes o después el recreo, pero bueno, supongamos que es después, seguramente si se han ofendido en demasía no habrán llegado tan lejos. Después de tanto movimiento y agradecimiento, después de tanta paz proclamada y adueñada hay un momento de calma con otro rezo y entonces, finalmente llega el recreo. 

  Tal como en la primaria, la disputa por salir primero al patio a comer y correr, comienzan las disputas por salir de los reclinatorios a correr y comer. Se llama a los asistentes a compartir el cuerpo de Cristo y con rapidez la fila comienza a crecer a un paso, diría yo exponencial con límite en el número de asistentes. Mientras los no tan apetitosos tenemos un rato para estirar las piernas y conversar sobre lo que ha acaecido en el templo de Dios, teniendo cuidado en pronunciarlo con mayúscula. Así que comienzan los momentos en los que afirman que si no soy creyente es porque estudio Física… Algún día en otra crónica hablaré más del tema. También me comentan sobre si creo en la religión de Star Wars, les digo que no, que no me gustan sus fundamentos, también en otra ocasión trataré de hablar más a profundidad de ello. Después de varios minutos la fila comienza a decrecer y de a poco las filas se vuelven a llenar de gente. Satisfechos con su pan de cada día, rezamos, uno de los pocos que sí conozco: el padre nuestro. Finalmente concluye el recreo y regresamos a las actividades diarias. 

   Recaudación de fondos por parte de la cooperativa, siguiendo las analogías con la primaria y secundaria. Hábiles creyentes y contribuyentes a la iglesia comienzan a desfilar con canastas recubiertas de imitación terciopelo; recorren fila a fila, persona a persona, acto seguido las personas comienzan a sacar la morralla y los billetes de baja denominación para depositarlos en tan relucientes contenedores, en general en cuanto comienza la procesión de los cobradores comienza el acto de buscar el dinero en los bolsillos del pantalón o en el compartimiento de la cartera. Eventualmente y después de muchos rodeos, cubren la totalidad de asistentes e incluso pasan dos veces por el mismo lugar por si alguien con amnesia recurre en aportar la quinta parte de su sueldo. Ya con las canastas llenas con monedas de a cinco (porque sí dejan morralla pero tampoco de a peso porque el de al lado puede ver la cooperación) van al altar se hincan, rezan, y depositan todo el dinero en una gran urna cerrada que nos impide ver si hemos cumplido con la meta establecida. 

   Termina la misa y los asistentes por fin pueden comenzar a sacar sus celulares sin culpa y a tomarse fotos en el altar, y claro comienzan a dialogar sobre el pachangón que se avecina. El padre agradece a todos y reparte bendiciones como repartió el agua bendita hace unos instantes. Desaparece en el auge de las fotos y no lo volveremos a ver. Todos quieren las muchas fotos en el altar, con el cuerpo de Cristo crucificado sobre los rostros de los jóvenes ilusos (llenos de ilusión, también) y congregados con los familiares en distintas combinaciones porque finalmente estamos unidos pero no revueltos, y seguramente necesitaremos recordar cómo se veía cada uno por separado. También se inaugura la primera ronda de agradecimientos y abrazos acompañados de saludos gustosos. 

   Después de tan larga misa salimos a la calle, donde al parecer llovió. Ahí se suscitan las opiniones de finalización, esas que poco te dan ganas de regresar a los caminos de la religión, pues, como si fuera concurso de qué padre fue mejor si el de los XV años o el del bautizo o el de la graduación, comparten sus puntos de vista y señalamientos a cómo debería de ser la misa perfecta, esa que no los haga caer en tentación de hacer todo menos poner atención al padre. 

   Finalizamos con lo mismo con lo que se llega a una misa, una cruz en la frente dibujada con los dedos antes de entrar y la misma cruz al salir, con murmullos que interpreto y traduzco en un: ‘amén”. 

Lord Bastian Marek






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