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Por Sebastián Morales
Revisaba mis redes sociales por la mañana antes de lavarme la cara y desayunar, así como lo hacían antes con el periódico. Veo algunas noticias y ahora también puedo leer lo que opinan de ellas. Muchos de los comentarios parten del encabezado y poco o nada han leído de la nota. De pronto todos son expertos en el tema y se ponen a debatir, la discusión acaba en el segundo comentario y comienzan los insultos; las consecuencias culminan en un reclamo abierto, que si es expresado por alguien con los seguidores necesarios tendremos una verdad irrefutable que se convertirá en otro motivo de controversia y debate; hay un ciclo pues.
Por Sebastián Morales
Revisaba mis redes sociales por la mañana antes de lavarme la cara y desayunar, así como lo hacían antes con el periódico. Veo algunas noticias y ahora también puedo leer lo que opinan de ellas. Muchos de los comentarios parten del encabezado y poco o nada han leído de la nota. De pronto todos son expertos en el tema y se ponen a debatir, la discusión acaba en el segundo comentario y comienzan los insultos; las consecuencias culminan en un reclamo abierto, que si es expresado por alguien con los seguidores necesarios tendremos una verdad irrefutable que se convertirá en otro motivo de controversia y debate; hay un ciclo pues.
Son políticamente correctos y tolerantes, al menos eso se dicen mientras critican al que no piensa dentro de sus estándares. Han impuesto adjetivos para todo aquel que se atreve a expresar algo fuera de su margen de tolerancia, el cual, desde su punto de vista, incluye a todos escrito con e o x. Antes de salir de sus casas se encomiendan a Dios (escrito con mayúscula) o a algún santo, pero pocas veces se paran en una iglesia y otras menos procuran al prójimo. También están los ateos (que creen en todo menos en el dios de sus padres) devotos a la ciencia o a su área de estudio, que nunca es la teología.
Escriben infografías mientras introducen su opinión en la última viñeta y entonces… ¡Bum! Tenemos la noticia que compartirán aquellos que se preocupan tanto por el país que se olvidaron de apoyar a un candidato y nos tuvieron una campaña entera hablando mal de los restantes. Se vuelven personas con influjo sobre quienes las rodean, pero entre más aficionados a sus ideas tienen… menos crítica permiten. Y aquellos héroes que sus líderes crearon caen a pedazos cuando hablan y demuestran que la mortandad es de todos, y que contrario a los seguidores… tienen una opinión propia.
Defienden a los suyos con hilos de doscientos ochenta caracteres, lo hacen cuando una noticia es compartida por el líder y en sus horas libres se encargan de definir la incongruencia. Comparten su punto de vista que definirá una verdad absoluta e incuestionable, punto de vista usualmente cegado por el exceso de jabón en la pompa que los cubre. Cuestionan todo aquello que los entretiene, algunas veces motivados por la nostalgia y otras por la opinión de quien lo disfrutó antes que ellos; como consecuencia, polarizan la existencia misma, o fue lo mejor o fue lo peor que pudieron comer, beber, ver, conocer…
Viajan por el mundo buscando la foto perfecta, su rostro aparece en noventa de cada cien fotos del viaje y en ochenta y cinco de ellas lo que se vislumbra atrás del rostro bien podría ser la habitación de un hotel o la selva, la verdad es que no importa. Hay un fanatismo absurdo por degustar comida a través de la mirada, por vestirse de gala para recorrer la magia de una comunidad y por adquirir productos que utilizarán los viernes.
Aproximadamente leen de uno a cien libros durante un año o una semana depende quien lo pregunte. La temática varía, bien puede ser un best-seller que pregona el NY Times o bien puede ser un clásico en su versión de pasta dura, que significativamente cambia el contenido. Cómics y novelas gráficas son de culto mientras sean números de tres cifras con la primera aparición de tal personaje, o escritas por Moore.
Llegaba la tarde y escuchaba a ese músico que no es popular pero al parecer su música es una gran revelación y provocará un revolución en el género urbano con tintes africanos proveniente de Sudamérica pero cuyos mejores representantes radican en la Ciudad de México, o algo así tenía que decir cuando hablara de él o ella o ellos o eso; de otra forma sería imposible que percibieran la esencia que provoca música tan excelsa. Veía una foto en la exposición temporal del museo de arte contemporáneo, es un gran artista decía el libro que explicaba los ¿cuadros? de la sala anterior, en aquellas representaciones en azul y violeta se puede percibir el sufrimiento de su niñez. La entrada cuesta sesenta y lo único con lo que me quedo es con la pregunta: ¿cómo moverán todo de un museo a otro?
Definen el arte en torno al artista, todo aquello que provenga de las manos de un artista propio de una minoría vale una fortuna y expresa todo. Odian al fútbol pero cada cuatro años nos recuerdan en frases cortas mientras portan un jersey verde que “juegan como nunca y pierden como siempre”. Consumen lo que la plataforma de streaming en Internet les venda, la televisión es anticuada y no hay nada como ver una serie entera en un fin de semana (o menos).
Son todo sin ser nada. Tienen permitido reírse mientras no sea ofensivo o hacerlo antes de que alguien les cuente la historia detrás de. No les gusta ser catalogados dentro de una generación que nació a finales de mil novecientos noventa y principios de los dos mil, pero gustan de nombrar todo aquello que antes no había necesitado un nombre. Los nuevos nombres serán una obsesiva mezcla de inglés-español-francés-otro, ya que hay que sentirnos orgullosos de lo que se produce en nuestra tierra sin dejar de ponerla debajo de aquellas que están cruzando el mar.
Somos esa generación que propone cien cambios y habla en primera o tercera persona según le convenga, regaña en segunda persona y hace todo con tal de agradar a cientos que poco se preocupan de agradarse. Esa generación que poco espacio deja a la crítica, la generación que acepta todo mientras sea lo correcto, la generación que no es culpable de todo pero tampoco es inocente de nada. Nos dejaron un mundo cayéndose y nos culpan si los pilotes no son de la madera que ellos hubieran utilizado. Nos enseñaron a amar, pero también nos mostraron el odio. Nos enseñaron los caminos de la paz mientras combatían cientos de guerras. Nos enseñaron el arte y nos dijeron que cualquiera podía crearlo. Somos los que nacieron y tratamos de cambiar todo eso que no fue nuestra culpa.
La banalidad de los millenials se antoja absurda y frustrante.
ResponderEliminarPodrían saber mucho, pero no saben nada.
¿Serán así o peores las generaciones venideras?