lunes, 8 de octubre de 2018

Rutina de un día cualquiera

La siguiente crónica no representa algún personaje o personajes en particular y cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia.

La peor sensación del mundo es despertarse sin sentir reparo, por una parte, carcomido por los sueños inquietantes de esa noche, y por otra, debido a las mil vueltas que le das a la cama cambiando de postura formulando elucubraciones; primero boca abajo (en realidad la cara siempre está recostada hacia un lado a menos que te guste la sensación de estar muriendo asfixiado), que es la favorita para muchos de nosotros al intentar entrar al mundo de los sueños (sabes que será una larga noche si pasaste por ésta dos veces y no logras el objetivo). Después, recostado sobre tu brazo derecho con las piernas cruzadas o con un cojín entre ellas, según recomendaciones del quiropráctico. La tercera, una de las más reparadoras, aunque más difícil para lograr conciliar el sueño (como opinión personal), boca arriba con los brazos cruzados por el frente del tronco y las manos en las costillas, o con el fin de una mayor comodidad para pensar, con las manos detrás de la cabeza y los dedos entrecruzados imaginando que no existe ese techo blanco y tal vez transportándote a un típico paisaje debajo de un árbol, recostado sobre el pasto viendo las estrellas (de cualquier manera sabes que será una larga noche). Por último, parecido a la segunda postura, pero ahora recostado sobre tu brazo izquierdo. Repites una segunda ocasión las mismas posturas avanzando en tiempo y forma con el reloj, el cual observas también al empezar cada una de las posiciones para saber cuanto tiempo puedes dormir aún, al comenzar, cada minuto, después de una vuelta completa a todas las posiciones, cada cinco y te atormentas cuando ves cada diez y te das cuenta que ya pasó una hora aproximadamente. Crees que te quedaste dormido pero no lo sabes; tienes la sensación de que seguiste dando vueltas sobre lo ancho de la cama, de posición en posición, miras el reloj -3 a.m.- y quedas con la misma incertidumbre de saber si acabas de despertar o el tiempo vuela de noche. Despiertas de nuevo -4:30 a.m.- y piensas que ahora si dormiste, es imposible estar despierto tanto tiempo, pero no sabes si soñaste o si seguías consciente visualizando con los ojos cerrados tantas cosas hasta ahora. Vuelves a despertar -6:00 a.m.- es una hora considerable para despertar, sabes que no puedes hacer más intentos por descansar y es así que comienza el ciclo.


Te paras sin ganas de levantarte, vas al baño, regresas a posarte sobre la cama, miras todo a tu alrededor sin saber qué es lo que sigue, sin decidir cual es el próximo paso como si fuera la primera vez que lo haces, te bañas si eres de esas personas que disfrutan comenzar el día así, si no, lo pospones hasta la noche, de cualquier manera el siguiente paso es cambiarse, darle de desayunar y pasear con el que consideras tu único mejor amigo, desayunar, preparar la mochila, tender la cama y salir, en diferente orden, con algunas variaciones, pero siempre la misma rutina mañanera antes de abandonar el hogar.

Entonces es aquí cuando empieza la revolución mental que desequilibra las emociones y surgen pensamientos que desearías no haber comenzado. ¿Por qué sucedió así? ¿Es a caso que pasó algo malo y jamás me di cuenta? ¿Fui una persona malvada?, afortunadamente te enfrentas con la señorita que vende boletos (si es que se da el caso), accedes al andén o subes al camión y empieza la usual y no deseada pero, al final, salvadora interacción con personas que te acompañarán parcialmente durante el trayecto hasta tu destino, y es así que tu mente se tranquiliza o trata de hacerlo, algunos instantes, lo que sea es bueno.

Estás donde deseas o tienes que estar, para eso te desplazaste treinta minutos, una, dos o tres horas hasta aquí, escuela, entrenamiento, trabajo, dos de ellas o las tres, sientes que estás bien, pero llega de nuevo la revolución mental, esta vez más fuerte pues sientes a la persona, casi como si estuviera parada junto a ti, haciendo lo que les gusta o acompañándose en ciertas labores, y empiezan los buenos recuerdos, los recuerdos simples -estaría a mi lado- , -pensaría esto o aquello-, - le daría risa tal o cual cosa-, y te pierdes en tus propios pensamientos como si nada mas allá existiera, como si esa fuera la realidad, quisieras que fuera la realidad, tú realidad. -"Wey", te estoy hablando-, y vuelves a la realidad de los demás, a la de todos, de la que por lo menos alguna vez cuestionas que lo sea.

Después te concentras en el trabajo, el entrenamiento o la escuela, y luchas, por ser el mejor de todos, por ser mejor que otras personas, por ser mejor que tú, por ser mejor que tu mejor versión, no por demostrar a los demás, ¿O también por eso?, para demostrarte a ti mismo que puedes, para olvidar, para dejar de pensar y sentir, para avanzar, sencillamente para ser alguien mejor.

El tiempo pasa y te quedas sin quehaceres durante el día, quieres pero no tienes ganas de salir, tus amigos están ocupados de todas formas, y ahí se presenta sin querer, sin poder evitarlo, el "vómito de tristeza", te escondes, quieres mostrarte feliz a la gente, no de esta manera, sin embargo, necesitas también que alguien te escuche, alguien que te abrace, simplemente alguien que te vea, sin mayor exigencia, no quieres más consejos, los conoces todos y sabes lo que tienes qué hacer, todos hemos pasado por esto, pero es inevitable, el amor y el desamor son sentimientos que te vuelven irracional, sabes pero no quieres, quieres pero no se puede, puedes pero no te dejas y sientes que estás perdido, quisieras huir de todo, nada tiene sentido, todo sería más fácil si te fueras a vivir a tal lugar.

Emprendes el camino de regreso, ves una pareja platicando, algunas discutiendo, y muchas más sonriendo y te viene a la mente aquel ser, no lo puedes evitar, sientes cosquillas, pero no del tipo de las mariposas, más bien dolor, un pequeño dolor punzante como un cólico; estás cansado, dejas de pensar, lees, te duermes, miras el celular, observas a la gente, vuelves a dormir, ya no piensas en nada, solo un poco, de repente recuerdas, sientes nostalgia pero ha sido un día largo y difícil, y un poco agobiado, pero más tranquilo, te preguntas ¿Es una etapa de la vida? ¿He vivido demasiado bien y por lo mismo no busco mas allá la felicidad o estoy mal por no querer lo mismo que esa persona? ¿Me llegará a pasar también en algún momento?, la verdad, no entiendo nada.


Un buen día, sin esperar que sucediera, te ilumina un pequeño rayo de luz, recuerdas quien eres y lo que vales, te das cuenta, has estado sufriendo mientras esa persona especial se divierte, no tiene la culpa de hacerlo, es lo que quiere, es feliz, entonces piensas ¿Merezco esto? ¿Por qué no hago lo mismo? ¿Por qué seguir pensando en ello?, y el rencor te empieza a dominar, -me abandonó-, -me cambió-, -lo que sea, está disfrutando- y a pesar de quererlo mucho, a pesar de pensar que con esta persona apostabas tu vida, se acabó.

Al final te preguntas, ¿Se arrepentirá? ¿Se dará cuenta en algún momento? ¿Será tan feliz?, ya no importa mucho, te duele pensar en ella o en él, te duele pensar con coraje, sabes que estas cosas pasan, y siempre hay uno que sale perdiendo, es obvio, es una relación de dos, ¿Valdrá la pena entregarse a alguien más después de todo?, claro, piensas, seguramente alguna persona lo valorará, pero ¿Y si regresa? ¿Serías capaz de volver con alguien que sea tan indiferente con, y hasta parezca disfrutar tu sufrimiento?, no, ni loco lo haría, dudas.

Y vuelves a recostarte en tu cama dando vueltas, esperando que el siguiente día sea mejor, quizá llegue a ser otro buen día, aunque sabes también que puede ser peor...

La peor sensación del mundo es despertarse sin sentir reparo... y cada amanecer y anochecer sabes que aquel ciclo y aquella sombra que acompaña a la tuya durante todo el día se irán desvaneciendo...

Por Mario Morales
  

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