Jueves por la noche, ya casi es medianoche. Salimos de cenar y nos disponemos a realizar el maratónico regreso hasta tierras norteñas. Andamos por el Circuito Bicentenario, una de las pocas vialidades que aún permiten circular a ochenta kilómetros por hora, y, cercana la media noche los audaces conductores no dudan en rozar el límite y excederlo donde no hay cámaras. Desde su arreglo hace algunos años, se instauró, como en Periférico, un reglamento particular señalizado en casi cualquier entrada de lateral a carriles centrales; dichas normas prohíben camiones de carga, bicicletas y motocicletas pequeñas. A pesar de ello nos encontramos con una caravana de ciclistas circulando en el carril de extrema derecha… de los carriles centrales.
Andaban desperdigados, había segmentos con diez ciclistas juntos y otros con uno cada quinientos metros. Algunos andaban sin luces y los más gallardos sin cascos. Se veían contentos y entusiasmados, en el carril contiguo los autos poco se inmutaban y apenas reducían su velocidad a sesenta o setenta kilómetros por hora, los autobuses pasaban a escasa distancia de ellos. Los autos que se incorporaban a los carriles centrales y no se percataban de la caravana se veían en la necesidad de frenar su velocidad de golpe. Entonces un ciclista nos intenta avisar cuando es seguro rebasarlo, por supuesto lo hace mal y por supuesto que lo ignoramos. Comienzo a gritarles que salgan a la lateral, les digo que es más seguro, por no decir legal. Algunos se molestan y en su mayoría lo toman como un insulto o una ofensa. Una camioneta parece unirse a ellos y también nos reclama, sencillamente no logro entenderlo.
Hay peligro por todos lados y las posibilidades de que aquello salga mal para cualquiera de los involucrados son altas. Comienzan a cruzar por mi mente mil ideas: un auto se frena de repente y otro lo choca; un ciclista gira de golpe el volante y termina en el carril contiguo; un ciclista choca contra un bache (de esos que hay de sobra en el carril derecho); un conductor a toda velocidad arrolla a un ciclista… La lista de posibles tragedias es interminable, y todas ellas pudiéndose prevenir. Basta con no ir a alta velocidad, basta con respetar al ciclista y darle el metro y medio de separación, basta con no conducir camiones y vehículos de carga en vialidades donde lo tienen prohibido, basta con no andar en bicicleta donde está prohibido…
Miércoles por la mañana, cercanas las nueve de la mañana atravieso la ciudad montado en bicicleta. Ando por calles secundarias, aún tengo miedo de utilizar avenida Universidad o División del Norte. Hasta ahora es un viaje tranquilo, incluso he cruzado Río Churubusco, donde nace el Eje Central, con calma, ya en Coyoacán comienza la aventura. A pesar de contar con carriles exclusivos para ciclistas, andar por ellos es toda una odisea. Parecen no tener un sentido, y más de una vez tengo que abandonar la seguridad del carril verde pues otro ciclista o un triciclo se aproximan en dirección opuesta. A la altura del mercado hay uno tras otro auto estacionado en segunda fila, obstruyendo nuestro, entrecomillado, carril, nuevamente me veo en la necesidad de salir del carril una y otra vez, en alguno de los cambios algún conductor me pita. Ya alguna vez algún aventurado me ha lanzado el carro o se ha estacionado justo enfrente de mí, obligándome a frenar.
Llegó a mi prepa y afortunadamente ya puedo estacionar dentro. En el camino de regreso las aventuras prosiguen, esta vez sobre Isabel La Católica me enfrento a baches capaces de tirarme de la bicicleta, al esquivarlos tengo que cuidar no acercarme mucho a los carros estacionados o a los que se encuentran en movimiento. Más de una vez un microbús me adelanta unos metros para después impedirme el paso pues alguien está por subir o bajar. Me veo obligado a subirme momentáneamente a la banqueta, donde por supuesto soy mal visto y recibo alguna que otra queja; me bajo inmediatamente. A tramos también hay carril exclusivo para ciclistas y el alivio llega rápidamente pues al menos los autos no se te pegan a medio metro para después “regresar” a su posición original. Algunos de ellos me rebasan a alta velocidad y lo único que puedo hacer es mantener firme el volante, ya he visto algunos ciclistas con menor experiencia tambalearse después de ver pasar un auto a toda velocidad.
Debo cuidarme de mil y un cosas que en circunstancias normales no tendría que hacerlo. Incluso de peatones que consideran que cruzarse frente a un ciclista no representa ningún riesgo, obligándote a frenar; aquí y allá hay peligro, si no es un auto, es un camión u otro ciclista o para colmo un peatón, tengo que llevar doble cadena y el casco me brinda la mínima seguridad. Nuevamente bastaría con seguir el carril, dar el metro y medio de distancia recomendado, bastaría con no aventarles el carro a los ciclistas y también sería suficiente con no estacionarse en los carriles para ciclistas, bastaría con seguir las reglas…
Sábado por la tarde, camino por las calles de Polanco. El gran camellón de Horacio es fantástico para pasear en pareja si no se quiere gastar en cosas que no se encontrarán ahí. Llegando a Molière la cantidad de personas aumenta drásticamente en el crucero, claro sin siquiera emular el cruce de Madero y Eje Central, todos se congregan y comienzan a verse ansiosos o y con desesperación por la larga duración del semáforo. Entonces algún atrevido aprovecha que los carros se han reducido su velocidad considerablemente, dicho acto incita a los demás a unírsele y termina siendo un circo de personas cruzando entre autos y reclamando pues ya se ha puesto en verde su semáforo. Algunas mentadas de madre se escuchan de unos y otros, al final todos cruzan y se olvida el incidente.
Observo de reojo el puente peatonal y me niego a utilizarlo, total hay cruce con semáforo para los automovilistas debajo, sólo tengo que ser paciente. Después de esperar, cruzo la primera mitad de la calle sin problema alguno al llegar a la otra mitad tengo que atravesar con cuidado pues hay autos dando la vuelta y algunos de ellos ni siquiera han notado mi presencia. Al concluir el cruce camino por tranquilidad por la banqueta, algunos metros más adelante hay un árbol sin podar que me obliga a bajar a la calle y continuar mi trayecto esquivando otros peatones que nos pegamos lo más que podemos al auto estacionado para así dejar pasar al ciclista y al autobús. Al arribar a mi destino, cruzo la calle a la mitad, poco hago por llegar a la esquina o esperar el alto, solamente espero a que la distancia entre el próximo auto sea la suficiente para cruzar corriendo, así lo hacen otros dos sujetos a mi lado.
Concluyo la semana con la increíble cantidad de setenta y ocho mentadas de auto por parte de automovilistas y ciclistas, poco más de diez sobresaltos por la cercanía que tuve a algún accidente o percance. Mas, es una semana más, la siguiente vez tocará correr para alcanzar a subirse al transporte, o tratar de evitar a los coches y a los carteristas en un crucero lleno de gente. Podría ser mejor, podrían las banquetas ser aptas para andar y basta con andar por ellas y respetar las cebras y los semáforos. Bastaría con no imponerse con el auto y dejar al peatón cruzar con comodidad, bastaría con no utilizar la bicicleta en las banquetas, bastaría con utilizar los puentes peatonales…
Bastaría con una mejor cultura vial.
Basta con respetar y seguir las reglas.
Basto un accidente para que alguien las siguiera.
Bastaría con una mejor cultura vial.
Basta con respetar y seguir las reglas.
Basto un accidente para que alguien las siguiera.
Lord Bastian Marek
No hay comentarios:
Publicar un comentario