domingo, 4 de noviembre de 2018

El frío que nos rodea


En Perú no hay atletas con gloria

Un semidiós en la combi
Acabo de tener el privilegio de saludar a Raúl Pacheco durante un viaje en combi en la ciudad de Huancayo, en el centro andino del Perú. El fondista peruano acababa de recoger a su hijo de la escuela y ambos vestían uniformes deportivos. Nos trasladábamos al distrito de Chilca, donde vive, donde creció y donde atesora sus medallas, que de cuando en cuando muestra a los periodistas.
En la Antigua Grecia se acostumbraba a recibir con honores a los atletas que regresaban de las Olimpiadas. Eran tratados como héroes, o incluso semidioses, al grado de que algunos podían vivir por el resto de sus vidas de los regalos que recibían. Esos años han quedado atrás o no han llegado a Huancayo.
En el Perú de estos días, muchos mortales no comprenden el honor que significa tener a un atleta olímpico sentado junto a ellos. Es probable que muchos de los pasajeros no supieran siquiera quién es Raúl Pacheco hasta que lo saludé desde el otro extremo de la combi.
   Raúl ¿cómo estás? Soy un gran admirador tuyo –exclamé sin ocultar mi emoción.
   Hola –dice con voz apenas audible y rostro sorprendido.
   Excelente desempeño en Río. Y, por cierto, estuve en México cuando ganaste.
   ¿En qué año? –alcanza a preguntar.
   En 2013 y 2014, aunque sólo pude ir a verte la segunda vez. Impresionante aquel cierre.
   Muchas gracias –ríe pero no a carcajadas– fue buena la competencia.
Raúl Pacheco acomoda su delgada figura en el respaldar del conductor. Apenas queda un estrecho lugar, pero se las ingenia para subir a su hijo pequeño sobre sus piernas.
Como casi siempre que corre o recibe medallas, trae una gorra blanca. Paradójicamente, su rostro siempre está totalmente seco y quemado, como la mayoría de sus paisanos que trabajan bajo el sol y el frío de los Andes. Se me ocurre que la función de la gorra es soslayar las miradas más que protegerse del mediodía serrano. Se me ocurre que no es necesario, pues a pesar de mi indiscreto saludo, nadie ha celebrado la compañía del semidiós. Nadie voltea siquiera.
Campeón en México, dos veces seguidas
Raúl no llega al 1.70 y pesa menos de 60 kilos. Quizá por ello su holgado uniforme no parece ocultar a un atleta legendario. Pero yo lo vi terminar de correr 42.2 kilómetros en dos horas y 18 minutos. Lo vi hacer de las suyas, por segunda vez consecutiva, en la Maratón Internacional de la Ciudad de México en 2014.
El último kilómetro y medio decidió el triunfo del peruano. Después de dos horas corriendo sobre asfalto mojado minado con charcos, el Estadio Olímpico Universitario apareció a un lado de la avenida Insurgentes. Cuatro atletas se disputaban la delantera al pasar junto a la estación de metrobús Doctor Gálvez. Pocos metros después empezó la subida en la que el peruano decidió acelerar.
Le resultó la estrategia y se colocó delante de los tres africanos (dos etíopes y un keniano). Al pasar junto a ellos se descubrió como el más pequeño de los punteros. Además, se diferenciaba por su estilo peculiar para correr: los brazos, exageradamente extendidos y separados del torso, parecían cumplir la función de dos remos maltrechos. Quienes consideraban que es un error técnico gravísimo, ese día tuvieron la oportunidad de irse un poco al carajo.
Aumentar el ritmo durante el ascenso le permitió una ventaja de 30 metros. Misma que mantuvo con coraje hasta que entró al estacionamiento del estadio. A pocos metros antes de la entrada una señal mal interpretada de un fotógrafo lo hizo desviarse. Estuvo a nada de perder su primer lugar de no ser por un último esfuerzo que lo arrojó al interior de la pista de tartán con una ligera ventaja de 10 metros.
El tramo restante fue puro suspenso. Los africanos daban zancadas cada vez más largas y rápidas, luciendo un cierre perfecto como de costumbre. Raúl, en cambio, se veía un poco descontrolado, con cada paso empezaba a sacudir la cabeza como diciendo sí. En su ansiedad volteó varias veces para ver cómo sus compañeros acortaban la distancia.
La última vez que miró hacia atrás fue para convencerse de su victoria. Levantó los brazos y cruzó la meta. Dos segundos después llegó el etíope Abhra Milaw y casi junto a él el keniano Kenneth Mungara. Raúl saludó a Abhra y caminó unos pocos metros antes de inclinarse para vomitar.
El frío en Huancayo es frío de verdad
Es un día nublado, hoy que saludé a Raúl Pacheco en la combi. El cielo gris es idéntico al que lo acompañó durante la maratón de México. Pero el frío en Huancayo es mucho más crudo. A más de tres mil 200 metros sobre el nivel del mar, las heladas matutinas son capaces de quemar miles de hectáreas de maíz. Allí entrena Raúl y su entrenador es Rodolfo Gómez Orozco.
Rodolfo es mexicano y un maratonista de gran trayectoria. Lo vi varias veces en el estadio Huancayo sumergido en una gruesa chamarra. Aunque siempre luce enojado, parece que ha logrado una excelente relación con su grupo de atletas. No puedo asegurar el motivo de su aparente mal humor, pero puedo decir que el clima no ayuda.
Las veces que entrenaba cerca de su equipo de élite no pude evitar preguntarme qué es lo que más extrañaba un chilango en las montañas andinas. Nació en una ciudad de casi diez millones de habitantes y ahora vive en una que no llega ni al medio millón. He vivido en ambos lugares y me atrevo a decir que en ambos casos la gente se parece a su clima.
En la Ciudad de México por lo general las mañanas son frías pero casi siempre hay lugar para un medio día caluroso y un atardecer tibio aunque en ocasiones lluvioso. El ánimo de quien habita esta urbe es tan variado como la temperatura que se registra. A veces alegre a veces gruñón, pero no hay mal día para una broma, una pachanga o un simple albur.
En Huancayo el frío es inalterable. Si te expones al sol del mediodía corres un gran riesgo de quemarte la piel. Pero basta una sombra para hacerte tiritar. El frío es seco, es crudo. Las personas conservan una mirada triste y un ánimo áspero. Atentos a cualquier viveza de sus paisanos, jamás bajan la guardia aunque frecuentemente la mirada. Asolados por grandes periodos de violencia armada, la gente es fría y su confianza casi impenetrable.
Sin embargo, el peruano Raúl Pacheco parece haber congeniado con el mexicano Rodolfo Gómez de tal forma que no desaprovecha oportunidades para darle las gracias públicamente. En la primera entrevista que dio después de ganar la maratón de México en 2014 le agradeció dos veces por el trabajo que realiza en territorio andino.
Sin duda, para Rodolfo Gómez la segunda victoria de su atleta es un gran paso. Él mismo ganó esa competencia en 1987 y ahora Raúl logra esa presea por segunda vez consecutiva. Los medios mexicanos no dejaron de mencionar la victoria histórica del peruano en todo el día. En Perú se da la noticia como de costumbre, pero no hay fiesta. En Huancayo es probable que se enteren algunos.
Pero después de unos años es como si no hubiera pasado nada. En la combi nadie se inmutó. Y aunque pensé que podía ser por desconocimiento, luego entendí que en Perú no hay atletas con gloria.
Tuve que bajar de la combi. Hace cuatro años inauguraron un museo en el distrito de Chilca y no pienso regresar a México sin conocerlo. Raúl, que desde niño ha vivido cerca de aquí, amablemente me indica en qué calle bajar y hacia dónde caminar. En ese momento me doy cuenta de que no tengo nada. No tengo forma de rendirle honores. Pagar su pasaje fue una acción mínima pero mi lealtad quedó tácitamente jurada.
El museo se llama Yalpana Wasi (nombre en quechua) o "Lugar De La Memoria". Recuerda la violencia política que vivió el Perú, sobre todo la zona andina, durante los años 80 y 90. Es un edificio elegante de seis pisos que tardó dos horas en recorrer. Cosa extraña: soy la única persona durante todo el recorrido.
Me preocupa Huancayo, la ciudad en la que crecí gran parte de mi niñez. Me da miedo que el frío en la mirada de la gente se transforme en una barrera contra la memoria. A juzgar por lo que vi hoy, el hielo divisor se endurece con los años. Alguien tiene que alertar a la gente que perder el calor y la memoria es lo mismo perder la vida. El frío, como la chingada en México, amenaza con llevarse a cualquiera.

2 comentarios:

  1. "Las personas conservan una mirada triste y un ánimo áspero". Te llevó la chingada, estimado amigo. Huancayo o Wanka York, es pueblo de gente generosa, trabajadora y feliz. Valle ubérrimo. Cuna de grandes atletas, para mejor presentación. En el Perú y en el mundo, es uno de los pueblos más fiestero, y donde se come bien. Abrazos.

    ResponderEliminar
  2. Lo expresado es muy cierto, no existe ni pena ni gloria, nuestros grandes deportistas pasan desapercibidos. En fin, considero que con esta nota se reflexione sobre el deporte.

    ResponderEliminar

Entrenamiento de la fuerza en los 800 metros planos

  Entrenamiento de la fuerza en los 800 metros planos Mario Morales El atletismo es una de las disciplinas de más antigüedad, no sólo como p...