En Perú no hay atletas con gloria
Un semidiós en la combi
Acabo de tener el
privilegio de saludar a Raúl Pacheco durante un viaje en combi en la ciudad de
Huancayo, en el centro andino del Perú. El fondista peruano acababa de recoger
a su hijo de la escuela y ambos vestían uniformes deportivos. Nos trasladábamos
al distrito de Chilca, donde vive, donde creció y donde atesora sus medallas,
que de cuando en cuando muestra a los periodistas.
En la Antigua Grecia
se acostumbraba a recibir con honores a los atletas que regresaban de las Olimpiadas. Eran tratados como héroes, o incluso semidioses, al grado de que algunos
podían vivir por el resto de sus vidas de los regalos que recibían. Esos años
han quedado atrás o no han llegado a Huancayo.
En el Perú de estos
días, muchos mortales no comprenden el honor que significa tener a un atleta
olímpico sentado junto a ellos. Es probable que muchos de los pasajeros no supieran
siquiera quién es Raúl Pacheco hasta que lo saludé desde el otro extremo de la
combi.
—
Raúl ¿cómo estás? Soy un gran admirador
tuyo –exclamé sin ocultar mi emoción.
—
Hola –dice con voz apenas audible y rostro
sorprendido.
—
Excelente desempeño en Río. Y, por
cierto, estuve en México cuando ganaste.
—
¿En qué año? –alcanza a preguntar.
—
En 2013 y 2014, aunque sólo pude ir a
verte la segunda vez. Impresionante aquel cierre.
—
Muchas gracias –ríe pero no a
carcajadas– fue buena la competencia.
Raúl Pacheco acomoda
su delgada figura en el respaldar del conductor. Apenas queda un estrecho lugar,
pero se las ingenia para subir a su hijo pequeño sobre sus piernas.
Como casi siempre que
corre o recibe medallas, trae una gorra blanca. Paradójicamente, su rostro
siempre está totalmente seco y quemado, como la mayoría de sus paisanos que
trabajan bajo el sol y el frío de los Andes. Se me ocurre que la función de la
gorra es soslayar las miradas más que protegerse del mediodía serrano. Se me
ocurre que no es necesario, pues a pesar de mi indiscreto saludo, nadie ha
celebrado la compañía del semidiós. Nadie voltea siquiera.
Campeón en México, dos veces seguidas
Raúl no llega al 1.70
y pesa menos de 60 kilos. Quizá por ello su holgado uniforme no parece ocultar
a un atleta legendario. Pero yo lo vi terminar de correr 42.2 kilómetros en dos
horas y 18 minutos. Lo vi hacer de las suyas, por segunda vez consecutiva, en la
Maratón Internacional de la Ciudad de México en 2014.
El último kilómetro y
medio decidió el triunfo del peruano. Después de dos horas corriendo sobre asfalto
mojado minado con charcos, el Estadio Olímpico Universitario apareció a un lado
de la avenida Insurgentes. Cuatro atletas se disputaban la delantera al pasar
junto a la estación de metrobús Doctor Gálvez. Pocos metros después empezó la
subida en la que el peruano decidió acelerar.
Le resultó la
estrategia y se colocó delante de los tres africanos (dos etíopes y un keniano).
Al pasar junto a ellos se descubrió como el más pequeño de los punteros.
Además, se diferenciaba por su estilo peculiar para correr: los brazos,
exageradamente extendidos y separados del torso, parecían cumplir la función de
dos remos maltrechos. Quienes consideraban que es un error técnico gravísimo, ese
día tuvieron la oportunidad de irse un poco al carajo.
Aumentar el ritmo
durante el ascenso le permitió una ventaja de 30 metros. Misma que mantuvo con
coraje hasta que entró al estacionamiento del estadio. A pocos metros antes de
la entrada una señal mal interpretada de un fotógrafo lo hizo desviarse. Estuvo
a nada de perder su primer lugar de no ser por un último esfuerzo que lo arrojó
al interior de la pista de tartán con una ligera ventaja de 10 metros.
El tramo restante fue
puro suspenso. Los africanos daban zancadas cada vez más largas y rápidas,
luciendo un cierre perfecto como de costumbre. Raúl, en cambio, se veía un poco
descontrolado, con cada paso empezaba a sacudir la cabeza como diciendo sí. En
su ansiedad volteó varias veces para ver cómo sus compañeros acortaban la distancia.
La última vez que
miró hacia atrás fue para convencerse de su victoria. Levantó los brazos y
cruzó la meta. Dos segundos después llegó el etíope Abhra Milaw y casi junto a
él el keniano Kenneth Mungara. Raúl saludó a Abhra y caminó unos pocos metros
antes de inclinarse para vomitar.
El frío en Huancayo es frío de verdad
Es un día nublado,
hoy que saludé a Raúl Pacheco en la combi. El cielo gris es idéntico al que lo
acompañó durante la maratón de México. Pero el frío en Huancayo es mucho más crudo.
A más de tres mil 200 metros sobre el nivel del mar, las heladas matutinas son
capaces de quemar miles de hectáreas de maíz. Allí entrena Raúl y su entrenador
es Rodolfo Gómez Orozco.
Rodolfo es mexicano y
un maratonista de gran trayectoria. Lo vi varias veces en el estadio Huancayo
sumergido en una gruesa chamarra. Aunque siempre luce enojado, parece que ha
logrado una excelente relación con su grupo de atletas. No puedo asegurar el motivo
de su aparente mal humor, pero puedo decir que el clima no ayuda.
Las veces que
entrenaba cerca de su equipo de élite no pude evitar preguntarme qué es lo que
más extrañaba un chilango en las montañas andinas. Nació en una ciudad de casi
diez millones de habitantes y ahora vive en una que no llega ni al medio
millón. He vivido en ambos lugares y me atrevo a decir que en ambos casos la
gente se parece a su clima.
En la Ciudad de
México por lo general las mañanas son frías pero casi siempre hay lugar para un
medio día caluroso y un atardecer tibio aunque en ocasiones lluvioso. El ánimo
de quien habita esta urbe es tan variado como la temperatura que se registra. A
veces alegre a veces gruñón, pero no hay mal día para una broma, una pachanga o
un simple albur.
En Huancayo el frío
es inalterable. Si te expones al sol del mediodía corres un gran riesgo de
quemarte la piel. Pero basta una sombra para hacerte tiritar. El frío es seco,
es crudo. Las personas conservan una mirada triste y un ánimo áspero. Atentos a
cualquier viveza de sus paisanos, jamás bajan la guardia aunque frecuentemente la
mirada. Asolados por grandes periodos de violencia armada, la gente es fría y
su confianza casi impenetrable.
Sin embargo, el
peruano Raúl Pacheco parece haber congeniado con el mexicano Rodolfo Gómez de
tal forma que no desaprovecha oportunidades para darle las gracias
públicamente. En la primera entrevista que dio después de ganar la maratón de
México en 2014 le agradeció dos veces por el trabajo que realiza en territorio
andino.
Sin duda, para
Rodolfo Gómez la segunda victoria de su atleta es un gran paso. Él mismo ganó esa
competencia en 1987 y ahora Raúl logra esa presea por segunda vez consecutiva.
Los medios mexicanos no dejaron de mencionar la victoria histórica del peruano
en todo el día. En Perú se da la noticia como de costumbre, pero no hay fiesta.
En Huancayo es probable que se enteren algunos.
Pero después de unos
años es como si no hubiera pasado nada. En la combi nadie se inmutó. Y aunque
pensé que podía ser por desconocimiento, luego entendí que en Perú no hay
atletas con gloria.
Tuve que bajar de la
combi. Hace cuatro años inauguraron un museo en el distrito de Chilca y no
pienso regresar a México sin conocerlo. Raúl, que desde niño ha vivido cerca de
aquí, amablemente me indica en qué calle bajar y hacia dónde caminar. En ese
momento me doy cuenta de que no tengo nada. No tengo forma de rendirle honores.
Pagar su pasaje fue una acción mínima pero mi lealtad quedó tácitamente jurada.
El museo se llama Yalpana
Wasi (nombre en quechua) o "Lugar De La Memoria". Recuerda la violencia política
que vivió el Perú, sobre todo la zona andina, durante los años 80 y 90. Es un
edificio elegante de seis pisos que tardó dos horas en recorrer. Cosa extraña:
soy la única persona durante todo el recorrido.
Me preocupa Huancayo,
la ciudad en la que crecí gran parte de mi niñez. Me da miedo que el frío en la
mirada de la gente se transforme en una barrera contra la memoria. A juzgar por
lo que vi hoy, el hielo divisor se endurece con los años. Alguien tiene que
alertar a la gente que perder el calor y la memoria es lo mismo perder la vida.
El frío, como la chingada en México, amenaza con llevarse a cualquiera.
"Las personas conservan una mirada triste y un ánimo áspero". Te llevó la chingada, estimado amigo. Huancayo o Wanka York, es pueblo de gente generosa, trabajadora y feliz. Valle ubérrimo. Cuna de grandes atletas, para mejor presentación. En el Perú y en el mundo, es uno de los pueblos más fiestero, y donde se come bien. Abrazos.
ResponderEliminarLo expresado es muy cierto, no existe ni pena ni gloria, nuestros grandes deportistas pasan desapercibidos. En fin, considero que con esta nota se reflexione sobre el deporte.
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