Foto: Marcial Yangali |
Sabía que eran voces pero no sabía qué decían.
Todas sabían que yo no sabía y se burlaban, eso seguro. Despertaba
junto al Río Vilcanota, muy cerca de Machu Picchu.
El turbio caudal golpeaba todo a su paso. A mí me
pegaba viajar por mi país y no comprender nada de él. Darme cuenta me golpeaba
como a piedra chica, incapaz de oponer resistencia me lanzaba.
Aun con el paso de los siglos, la corriente apenas ha
movido las piedras grandes. Su cuerpo liso narra el tiempo. Yo, en cambio, era arrojado
cada vez más lejos sin ninguna historia que contar. Cada viaje me perdía y aquel
río no dejaba de reír.
***
En Perú, las construcciones incas atraen miles de
turistas cada año. El destino más anhelado es Machu Picchu, una ciudad que logró
librarse de la destrucción española y conservó los lujos de aquella
arquitectura imperial. Y aunque ahora sabemos que su existencia nunca fue un
secreto para los peninsulares, no deja de resultarme prodigiosa la sencillez de
las causas que le permitieron pasar desapercibida.
Machu Picchu tiene una lógica urbana que no
despertó nunca el interés de los proyectos españoles. Ignorada y aislada, no
pasó mucho tiempo para que el clima tibio del Valle Sagrado hiciera crecer la
vegetación que silenciaría aún más los rumores de su existencia. Entonces las
piedras se dedicaron a durar, a conservar la huella humana. La huella precisa y
monumental de la esclavitud.
Y es que frente a la belleza no olvidemos la
ambición. En la perfección no ignoremos la crueldad. Al tocar las piedras
recuerda las manos, las otras manos. Antes de decir “¡maravilla!” imagina la
pesadilla de vivir tallando un capricho ajeno.
¿Quién viene? ¿A ver a quién?
Foto: Marcial Yangali |
Sucede en todo el mundo: las zonas turísticas se
convierten en cápsulas internacionales, refugios frente a lo local. Con el
tiempo, la afluencia masiva de extranjeros obligó al poblado de Aguas Calientes
–el paso previo a Machu Picchu– a construir un espacio agradable para el
turista adinerado. Pero aunque es cierto que las labores de saneamiento y
electrificación básicas beneficiaron a muchos, las adecuaciones (sumisiones)
culturales crean un ambiente artificial poco disfrutable. Aguas Calientes ya
eligió un camino: dejar de ser para imitar una borrosa imagen de “primer mundo”.
Sentado en una mesa junto al río Vilcanota, lamento
que mi hamburguesa gourmet con baby pickles jamás llegará a tener sabor
andino solo por estar elaborada con carne de alpaca. Reviso la carta y me
encuentro que otros platos más locales tienen una cómica descripción en inglés:
“crunchy guinea pig served with a home-made sauce and baked organic miniature
potatoes with rosemary”. Esta experiencia, que promete un origen totalmente
orgánico, tiene un precio que también salta a la vista. Una persona local no
está dispuesta a pagar 50 soles (15 dólares) por una comida, especialmente si
el tamaño de las porciones no compite con una buena ración casera.
En los restaurantes o calles de Aguas Calientes se
evidencia que la curiosidad es una fuerza que mueve al mundo. Inglés es el
idioma más usado, pero quienes lo emplean pueden haber venido de cualquier
continente. Junto a un grupo de franceses, una familia japonesa, gringos y
también algunos turistas nacionales esperé el bus. En aquella Babel me sentía confundido,
tanto como cuando escuchaba las voces del río. ¿De dónde soy?
***
El tramo en bus es la última parte del trayecto.
Los curiosos que quieren llegar a Machu Picchu han tenido que atravesar Los
Andes peruanos. Si tu camino empieza en Lima, una de las formas más usuales es tomar
un avión hacia la ciudad del Cuzco y después recorrer tres horas en tren hasta
Aguascalientes. Es un viaje de alturas y de climas contrastantes que la
evolución de los medios de transporte no consigue evitar. Si deseas más aventura,
puedes recorrer a pie los llamados Caminos del Inca, tardarás cuatro días desde
Cuzco.
Cualquiera que sea tu origen, cualesquiera que sean
tus ideas previas, nada te preparará para enfrentarte cara a cara con la ciudad
de piedra. No hay material documental que tenga el efecto de aplastar tu
individualidad y enfrentarte a un entorno paralelo. Te sientes un extraño, sí,
pero también sientes una fuerza que te mezcla. Caminas en una ciudad viva: no
ves a sus habitantes pero ves la obra de sus manos en perfecto estado, ¡su
sistema de acueductos funcionando a la perfección! Como si la ciudad aún esperara
ser habitada. Te observa.
Las investigaciones arqueológicas sobre Machu
Picchu generan muchas discusiones: cuando, para qué, quienes… Las respuestas
han cambiado con el tiempo. Y los que hoy somos visitantes también nos
enfrentamos a cuestionamientos ocasionados por la urgencia de ver más. En ese
momento un poco de información puede convertirse en una revelación, y la
revelación en un ángulo desde dónde se vislumbra este universo.
Foto: Marcial Yangali |
No fue uno. Fueron muchos pueblos quienes
edificaron sobre esta montaña. Muchas sangres. Y mientras esculpían los
encajes, mientras unían piedra con piedra, tenían la certeza de que su obra
duraría más allá de sus días. No solo sus opresores pensaban en siglos, los
pueblos esclavos también anhelaban que sus descendientes se apropiaran de la
obra de sus manos.
Llegados de los cuatro suyos, sufrían la lejanía de sus tierras y de sus familias. Habían
sido vencidos por un imperio que parecía invencible. ¿Pero quién acepta un
destino que no quiere sin luchar? Y si en la guerra todo está perdido, en las
ideas se rompen los límites. Mientras se agotaban las fuerzas, en la mente se
esculpía una imagen. Los pueblos imaginaban que eran libres, que eran fuertes y
que se apropiaban de lo que tanto les costaba edificar.
Sin saberlo construían un patrimonio humano. Sin
verlo vieron, y poco se equivocaron. Hermosa es la imagen de ver a muchos
pueblos, distintos, apropiarse de lo que fue de muchas manos, distintas. Hoy,
en Machu Picchu coexisten las lenguas.
***
De mañana, mientras desaparece la neblina, se
ilumina la ciudad de piedra. Desde el sagrado Huayna Picchu –la montaña
contigua– aparece Machu Picchu frente a ti, desplegado como una maqueta. Pequeña,
parece indefensa. Te das cuenta que has llegado al punto máximo, has tomado la perspectiva
alta. No solo eres un visitante, ya eres un habitante que se detiene a
contemplar la tierra sagrada. Durante un instante, breve, dejas de oír las
voces fuera de ti. Están dentro y las comprendes. Si las dejas salir, lo harán
enunciando tu palabra y podrás escucharte por vez primera.
“Soy quien llega de lejos y lejos se va cuando se
despide”, escuché.
Foto: Marcial Yangali |
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