miércoles, 23 de enero de 2019

Y en las piedras, manos

Foto: Marcial Yangali
Sabía que eran voces pero no sabía qué decían. Todas sabían que yo no sabía y se burlaban, eso seguro. Despertaba junto al Río Vilcanota, muy cerca de Machu Picchu.
El turbio caudal golpeaba todo a su paso. A mí me pegaba viajar por mi país y no comprender nada de él. Darme cuenta me golpeaba como a piedra chica, incapaz de oponer resistencia me lanzaba.
Aun con el paso de los siglos, la corriente apenas ha movido las piedras grandes. Su cuerpo liso narra el tiempo. Yo, en cambio, era arrojado cada vez más lejos sin ninguna historia que contar. Cada viaje me perdía y aquel río no dejaba de reír.
***
En Perú, las construcciones incas atraen miles de turistas cada año. El destino más anhelado es Machu Picchu, una ciudad que logró librarse de la destrucción española y conservó los lujos de aquella arquitectura imperial. Y aunque ahora sabemos que su existencia nunca fue un secreto para los peninsulares, no deja de resultarme prodigiosa la sencillez de las causas que le permitieron pasar desapercibida.
Machu Picchu tiene una lógica urbana que no despertó nunca el interés de los proyectos españoles. Ignorada y aislada, no pasó mucho tiempo para que el clima tibio del Valle Sagrado hiciera crecer la vegetación que silenciaría aún más los rumores de su existencia. Entonces las piedras se dedicaron a durar, a conservar la huella humana. La huella precisa y monumental de la esclavitud.
Y es que frente a la belleza no olvidemos la ambición. En la perfección no ignoremos la crueldad. Al tocar las piedras recuerda las manos, las otras manos. Antes de decir “¡maravilla!” imagina la pesadilla de vivir tallando un capricho ajeno.

¿Quién viene? ¿A ver a quién?

Foto: Marcial Yangali
Sucede en todo el mundo: las zonas turísticas se convierten en cápsulas internacionales, refugios frente a lo local. Con el tiempo, la afluencia masiva de extranjeros obligó al poblado de Aguas Calientes –el paso previo a Machu Picchu– a construir un espacio agradable para el turista adinerado. Pero aunque es cierto que las labores de saneamiento y electrificación básicas beneficiaron a muchos, las adecuaciones (sumisiones) culturales crean un ambiente artificial poco disfrutable. Aguas Calientes ya eligió un camino: dejar de ser para imitar una borrosa imagen de “primer mundo”.
Sentado en una mesa junto al río Vilcanota, lamento que mi hamburguesa gourmet con baby pickles jamás llegará a tener sabor andino solo por estar elaborada con carne de alpaca. Reviso la carta y me encuentro que otros platos más locales tienen una cómica descripción en inglés: “crunchy guinea pig served with a home-made sauce and baked organic miniature potatoes with rosemary”. Esta experiencia, que promete un origen totalmente orgánico, tiene un precio que también salta a la vista. Una persona local no está dispuesta a pagar 50 soles (15 dólares) por una comida, especialmente si el tamaño de las porciones no compite con una buena ración casera.
En los restaurantes o calles de Aguas Calientes se evidencia que la curiosidad es una fuerza que mueve al mundo. Inglés es el idioma más usado, pero quienes lo emplean pueden haber venido de cualquier continente. Junto a un grupo de franceses, una familia japonesa, gringos y también algunos turistas nacionales esperé el bus. En aquella Babel me sentía confundido, tanto como cuando escuchaba las voces del río. ¿De dónde soy?
​***
El tramo en bus es la última parte del trayecto. Los curiosos que quieren llegar a Machu Picchu han tenido que atravesar Los Andes peruanos. Si tu camino empieza en Lima, una de las formas más usuales es tomar un avión hacia la ciudad del Cuzco y después recorrer tres horas en tren hasta Aguascalientes. Es un viaje de alturas y de climas contrastantes que la evolución de los medios de transporte no consigue evitar. Si deseas más aventura, puedes recorrer a pie los llamados Caminos del Inca, tardarás cuatro días desde Cuzco.
Cualquiera que sea tu origen, cualesquiera que sean tus ideas previas, nada te preparará para enfrentarte cara a cara con la ciudad de piedra. No hay material documental que tenga el efecto de aplastar tu individualidad y enfrentarte a un entorno paralelo. Te sientes un extraño, sí, pero también sientes una fuerza que te mezcla. Caminas en una ciudad viva: no ves a sus habitantes pero ves la obra de sus manos en perfecto estado, ¡su sistema de acueductos funcionando a la perfección! Como si la ciudad aún esperara ser habitada. Te observa.
Las investigaciones arqueológicas sobre Machu Picchu generan muchas discusiones: cuando, para qué, quienes… Las respuestas han cambiado con el tiempo. Y los que hoy somos visitantes también nos enfrentamos a cuestionamientos ocasionados por la urgencia de ver más. En ese momento un poco de información puede convertirse en una revelación, y la revelación en un ángulo desde dónde se vislumbra este universo.
Foto: Marcial Yangali
No fue uno. Fueron muchos pueblos quienes edificaron sobre esta montaña. Muchas sangres. Y mientras esculpían los encajes, mientras unían piedra con piedra, tenían la certeza de que su obra duraría más allá de sus días. No solo sus opresores pensaban en siglos, los pueblos esclavos también anhelaban que sus descendientes se apropiaran de la obra de sus manos.
Llegados de los cuatro suyos, sufrían la lejanía de sus tierras y de sus familias. Habían sido vencidos por un imperio que parecía invencible. ¿Pero quién acepta un destino que no quiere sin luchar? Y si en la guerra todo está perdido, en las ideas se rompen los límites. Mientras se agotaban las fuerzas, en la mente se esculpía una imagen. Los pueblos imaginaban que eran libres, que eran fuertes y que se apropiaban de lo que tanto les costaba edificar.
Sin saberlo construían un patrimonio humano. Sin verlo vieron, y poco se equivocaron. Hermosa es la imagen de ver a muchos pueblos, distintos, apropiarse de lo que fue de muchas manos, distintas. Hoy, en Machu Picchu coexisten las lenguas.
***
De mañana, mientras desaparece la neblina, se ilumina la ciudad de piedra. Desde el sagrado Huayna Picchu –la montaña contigua– aparece Machu Picchu frente a ti, desplegado como una maqueta. Pequeña, parece indefensa. Te das cuenta que has llegado al punto máximo, has tomado la perspectiva alta. No solo eres un visitante, ya eres un habitante que se detiene a contemplar la tierra sagrada. Durante un instante, breve, dejas de oír las voces fuera de ti. Están dentro y las comprendes. Si las dejas salir, lo harán enunciando tu palabra y podrás escucharte por vez primera.
“Soy quien llega de lejos y lejos se va cuando se despide”, escuché.
Foto: Marcial Yangali

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