Sebastián Morales
Una idea
ampliamente divulgada y con aceptación casi mundial es aquella que enuncia a la
música como un medio unificador de multitudes, como un medio de comunicación
entre ideas y sujetos. Se ha llegado a colocar a la música como benefactora de
patrias y estimuladora de ideologías. Desde que alguien comenzó a crear
melodías, hubo alguien más que las repitió; quizá de esa forma nacieron los
cantos de guerra y a su paso los himnos nacionales. Sin darse cuenta del poder
que emana de un conjunto de sonidos armónicos comenzamos a utilizar la música
para todo tipo de eventos y circunstancias, le añadimos pasos de baile y con el
tiempo agregamos imágenes que traducían las notas que percibían nuestros oídos
en figuras que reconocían nuestros ojos.
Comenzamos a diversificar la música: para oponernos a lo existente, para
proponer nuevas ideas, para describir nuestros sentimientos, para
representarnos y a los nuestros. Agregamos letras con mensajes políticos y
algunas con historias de amor. Inventamos nuevos instrumentos, utilizamos una y
cien voces, clasificamos al silencio y lo utilizamos para emancipar al sonido
de nuestros deseos. Nos sujetábamos unos a otros mientras entonábamos aquel
estribillo de victoria y nos encerrábamos en nuestros cuartos para escuchar
aquella letra hiriente que retrataba nuestra situación actual. Finalmente, le
dimos poder político e ideológico, nos agrupamos bajo un conjunto de ritmos y
melodías.
Sin ser intencionado la música comenzó a filtrarse por clases, razas,
géneros… Y ahí comenzaba un problema que se agudiza día con día. Nunca estuvo
mal que un negro creara música que representara a los negros, que una mujer
cantara sobre el empoderamiento femenino; tampoco estuvo mal que una banda
gritara en contra del gobierno… La música rara vez es inapropiada, la música
describe y representa ideas. Fueron las personas las que comenzaron a
estereotipar, comenzaron a catalogar y a decidir quién escuchaba que, surgió
una discriminación musical que se extiende hacía razas, clases, edades,
géneros…
Era de pobres el rap. Era de jóvenes el pop. Era de nacos el reggaetón.
Era de revoltosos el rock. Era de inteligentes el jazz. Era de ricos la música
académica. El tiempo verbal cambió y se convirtió en: es de… rancheros la
banda. Es de básicos la electrónica. Y lo creyeron. Se hacían habituales frases
como: “mi gusto culposo”, “solo cuando salgo”, “solo cuando estoy de fiesta”…
Ahora es vergonzoso escuchar tal o cual género, es parte del status quo, es
parte de una identificación personal, juzgamos a partir de qué escucha. Nació
una intolerancia musical.
Disputas nacieron alegando la superioridad de un género musical sobre
otro, las letras y la complejidad melódica eran parte de los argumentos.
Existen desde hace décadas, desde que un padre le dijo a un hijo que esa era
música de vagos, desde que un metalero menospreció al pop por ser tan simple,
desde que una chica exclamó que esa cumbia era para nacos. Nos hemos ido
olvidando del poder que la música tiene, esa cualidad de poder unir masas con
individuos diversos y distintos entre sí, de hacernos bailar hasta que nos
duelan los pies, de transmitir pensamientos y sentimientos; y nos hemos
atrincherado dentro de lo que consideramos superior y de mejor gusto.
Tener preferencia hacia un estilo o un cantante o un género es natural,
pero menospreciar a quienes no son de nuestro agrado simplemente está mal. Si
algo no es de tu gusto no quiere decir que sea malo. Algunas veces necesitamos
música banal que nos hará bailar y otras veces necesitamos música compleja que
nos haga vibrar por dentro sin saber por qué. Algunas personas necesitan
sesenta canciones en su vida para ser felices y hay quienes tienen una
biblioteca con diez mil y piensan que sigue siendo pequeña, que hay algo más;
hay quienes escuchan un género en el desayuno y los acompaña hasta la cama, por
otro lado hay quienes cambian entre un género y otro de una hora a otra.
Debemos eliminar la idea que coexiste con nuestra cultura sobre la
música correcta y superior. Respetar y tolerar podría llevar a un aprendizaje
que difícilmente podemos obtener de otro medio. Sí, quizá hay música con mayor
producción, música con mayor complejidad, música con letras más arriesgadas y
poéticas, música más pura; pero finalmente escuchar una o la otra no nos vuelve
superiores a otra persona. Algunas veces resulta en un ejercicio agradable el
tratar de entender las razones por las cuales esa canción le gusta a esa
persona, qué significa para ella, qué le recuerda, a qué le motiva.
Tristemente, algunas personas son capaces de incluir a la violencia como
juez para sus disputas de superioridad, desde violencia verbal hasta física.
Hace algunos años era común encontrarse con videos en los cuales podíamos ver
agrupamientos que propiciaban golpizas a individuos que escuchaban cierto
género. Así, convertimos a la música en un agente dañino, y dicha conducta debe
detenerse.
Vivimos en una época con demasiadas crisis, con muchos problemas a
resolver. Es innecesario e inaudito utilizar a la música como fuente
propagadora de ideas erróneas, utilizarla para dividir. Si con ella podemos
expresarnos y unificarnos, qué mejor. Si sencillamente no es de nuestro agrado,
no hay por qué enfrascarnos en peleas absurdas sobre si eres qué cosa por escuchar
eso que a mí no me gustó. Utilicemos a la música como una herramienta para
unir, para divulgar pensamientos, para olvidarnos durante tres minutos y medio
de todo y cantar o bailar un rato, para ser mejores.