viernes, 22 de junio de 2018

No sólo es música


Sebastián Morales 

Una idea ampliamente divulgada y con aceptación casi mundial es aquella que enuncia a la música como un medio unificador de multitudes, como un medio de comunicación entre ideas y sujetos. Se ha llegado a colocar a la música como benefactora de patrias y estimuladora de ideologías. Desde que alguien comenzó a crear melodías, hubo alguien más que las repitió; quizá de esa forma nacieron los cantos de guerra y a su paso los himnos nacionales. Sin darse cuenta del poder que emana de un conjunto de sonidos armónicos comenzamos a utilizar la música para todo tipo de eventos y circunstancias, le añadimos pasos de baile y con el tiempo agregamos imágenes que traducían las notas que percibían nuestros oídos en figuras que reconocían nuestros ojos.



Comenzamos a diversificar la música: para oponernos a lo existente, para proponer nuevas ideas, para describir nuestros sentimientos, para representarnos y a los nuestros. Agregamos letras con mensajes políticos y algunas con historias de amor. Inventamos nuevos instrumentos, utilizamos una y cien voces, clasificamos al silencio y lo utilizamos para emancipar al sonido de nuestros deseos. Nos sujetábamos unos a otros mientras entonábamos aquel estribillo de victoria y nos encerrábamos en nuestros cuartos para escuchar aquella letra hiriente que retrataba nuestra situación actual. Finalmente, le dimos poder político e ideológico, nos agrupamos bajo un conjunto de ritmos y melodías.



Sin ser intencionado la música comenzó a filtrarse por clases, razas, géneros… Y ahí comenzaba un problema que se agudiza día con día. Nunca estuvo mal que un negro creara música que representara a los negros, que una mujer cantara sobre el empoderamiento femenino; tampoco estuvo mal que una banda gritara en contra del gobierno… La música rara vez es inapropiada, la música describe y representa ideas. Fueron las personas las que comenzaron a estereotipar, comenzaron a catalogar y a decidir quién escuchaba que, surgió una discriminación musical que se extiende hacía razas, clases, edades, géneros…



Era de pobres el rap. Era de jóvenes el pop. Era de nacos el reggaetón. Era de revoltosos el rock. Era de inteligentes el jazz. Era de ricos la música académica. El tiempo verbal cambió y se convirtió en: es de… rancheros la banda. Es de básicos la electrónica. Y lo creyeron. Se hacían habituales frases como: “mi gusto culposo”, “solo cuando salgo”, “solo cuando estoy de fiesta”… Ahora es vergonzoso escuchar tal o cual género, es parte del status quo, es parte de una identificación personal, juzgamos a partir de qué escucha. Nació una intolerancia musical.



Disputas nacieron alegando la superioridad de un género musical sobre otro, las letras y la complejidad melódica eran parte de los argumentos. Existen desde hace décadas, desde que un padre le dijo a un hijo que esa era música de vagos, desde que un metalero menospreció al pop por ser tan simple, desde que una chica exclamó que esa cumbia era para nacos. Nos hemos ido olvidando del poder que la música tiene, esa cualidad de poder unir masas con individuos diversos y distintos entre sí, de hacernos bailar hasta que nos duelan los pies, de transmitir pensamientos y sentimientos; y nos hemos atrincherado dentro de lo que consideramos superior y de mejor gusto.



Tener preferencia hacia un estilo o un cantante o un género es natural, pero menospreciar a quienes no son de nuestro agrado simplemente está mal. Si algo no es de tu gusto no quiere decir que sea malo. Algunas veces necesitamos música banal que nos hará bailar y otras veces necesitamos música compleja que nos haga vibrar por dentro sin saber por qué. Algunas personas necesitan sesenta canciones en su vida para ser felices y hay quienes tienen una biblioteca con diez mil y piensan que sigue siendo pequeña, que hay algo más; hay quienes escuchan un género en el desayuno y los acompaña hasta la cama, por otro lado hay quienes cambian entre un género y otro de una hora a otra.



Debemos eliminar la idea que coexiste con nuestra cultura sobre la música correcta y superior. Respetar y tolerar podría llevar a un aprendizaje que difícilmente podemos obtener de otro medio. Sí, quizá hay música con mayor producción, música con mayor complejidad, música con letras más arriesgadas y poéticas, música más pura; pero finalmente escuchar una o la otra no nos vuelve superiores a otra persona. Algunas veces resulta en un ejercicio agradable el tratar de entender las razones por las cuales esa canción le gusta a esa persona, qué significa para ella, qué le recuerda, a qué le motiva.



Tristemente, algunas personas son capaces de incluir a la violencia como juez para sus disputas de superioridad, desde violencia verbal hasta física. Hace algunos años era común encontrarse con videos en los cuales podíamos ver agrupamientos que propiciaban golpizas a individuos que escuchaban cierto género. Así, convertimos a la música en un agente dañino, y dicha conducta debe detenerse.



Vivimos en una época con demasiadas crisis, con muchos problemas a resolver. Es innecesario e inaudito utilizar a la música como fuente propagadora de ideas erróneas, utilizarla para dividir. Si con ella podemos expresarnos y unificarnos, qué mejor. Si sencillamente no es de nuestro agrado, no hay por qué enfrascarnos en peleas absurdas sobre si eres qué cosa por escuchar eso que a mí no me gustó. Utilicemos a la música como una herramienta para unir, para divulgar pensamientos, para olvidarnos durante tres minutos y medio de todo y cantar o bailar un rato, para ser mejores.

1 comentario:

  1. Un buen análisis de lo que debe ser la música como expresión multicultural, multiétnica y en fin, universal. Sin estereotipos aplicados a nadie ni a ningún género musical.

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